PALABRAS VAGONES Y PALABRAS ESTRELLAS.
TRAD.: ALEJANDRO AGUILAR
«Aclaremos las cosas» dijo Tzidim. «Tú ves las palabras como vagones que transportan un sentido. Y mientras más pequeño es el vagón, siempre que transporte un sentido, tenemos menor costo de traslado. Si, en vez de «parrayos», dijera «array», el otro entenderá lo que quiero decir, habiéndome ahorrado alrededor del setenta por ciento. En lugar de cuatro sílabas, necesité sólo dos». «Exactamente, profesor» dijo entusiasmado Telis. Esta idea de los vagones nunca se le había ocurrido y lo ayudaba mucho. «Ahorro en el traslado» – exactamente eso quería hacer.
«Sin embargo», continuó el maestro, «las palabras no son solamente vagones. Son también estrellas. Brillan por luz propia. Son también música, con su propio sonido. Digamos que «array» es una palabra que se escucha mal y que además es horrible. No tiene la misma grandeza que el pararrayos. Con las cuatro sílabas, sacia tu boca. Con ellas enfrentas un rayo – otra bella palabra. El «array» tú crees que va a librarte de un rayo.»
«Es cierto», continuó Tzidim, «cuando digo «Son las ocho» mis palabras son sólo vagones – transportan una información. Si digo «El tren se va a las ocho», es otra vez una información – pero puede que sea el inicio de una bella canción. «Y en una canción no puedes cortar las palabras. Aún más difíciles se han vuelto las cosas para tu teoría, ¿cuando estás enamorado y quieres mandar un poema a tu novia? Algo así».
Y el maestro levantó su gran cabeza hacia arriba, cerró los ojos y comenzó a recitar:
Ya que te amo y sé en el amor
entrar como una luna llena
por todos lados, por tu pequeño pie a través de las inmensas sábanas
deshojando jazmines – tengo la fuerza también
de soplarte mientras duermes, llevándote
a través de vías brillantes y pasajes escondidos del mar,
árboles hipnotizados con plateadas arañas.
Hipnotizado se sentía el propio Telis. Algo, el olor del tabaco, otro poco, el ritmo de los extraños versos – lo hacía sentirse extraño. El profesor detuvo su recitación, levantó la cabeza y lo miró. «Entonces, ¿esto podrías mutilarlo?» dijo, y sus ojos se movieron.
¿Qué fue eso? preguntó Telis. «Versos de un poema amoroso, acaso el más bello que se haya escrito en griego después de Safo. Al final de cuentas, Elitis, quien lo escribió, era su compatriota. Se titula «El monograma». ¿Quieres que te recite un poco más?». Levantó la cabeza hacia arriba y cerró los ojos:
Siempre tú la estrellita y siempre yo la oscuridad navegante,
siempre tú el puerto y yo el farol derecho,
el rompeolas mojado y el brillo sobre los remos,
arriba, en las casas con vides,
las rosas atadas, el agua que enfría,
siempre tú una estatua de piedra y siempre yo la sombra que crece,
tú, la ventana inclinada, yo, el aire que la abre
porque te amo y te amo
siempre tú la moneda y siempre yo la adoración que la hace efectivo.
Telis no estaba seguro de que hubiera entendido todo lo que decía el poema, pero lo había disfrutado tanto como una música. ¡Qué fuerte era el humo de la pipa! Telis, en aquel momento sintió otra cosa: ¡que estaba enamorado!
Desde hace tiempo se sentía extraño cuando miraba a Mariana, una hermosa y alta compañera suya. Y ahora entendía que, sin saberlo, vivía todo cuanto se decía en el poema, que quería decírselo, escribírselo. «Tú, la ventana inclinada, yo, el aire que la abre», sí, eso querría que existiese entre los dos.
«Bueno, ¿cómo cortarías ESAS palabras, Telis?». Pero Telis estaba en otro lado. Murmuró un pretexto y se fue presuroso.
(en Palabras mutiladas: Un cuento sobre la poesía, N. Dimou)
http://www.ndimou.gr/articledisplay.asp?cat_parent=40&time_id=404&cat_id=40