Estractos de la obra poética de Dionysis Kapsalis
Traducción: Alejandro Aguilar
I.
Días lentos, y más lentos de octubre,
estos días que pasan; sobrevivo
después del amor, la poesía, el dolor,
con algunos rasguños solamente de una vida anterior.
Corren las horas en un mar de Señor,
mundos de papel se balancean, tripulo
viejos secretos escritos en otro tiempo,
algunas viejas celebraciones de taller,
y ahondo mi cuerpo entero dentro de mi. Otro
padre no vi que me quisiera cerca
que el llamado éter inaccesible;
y todo lo que sostuve paternal y maternalmente,
lo que hablaba y lo que calló masivamente,
queman en el sueño una representación de la muerte.
II.
Los serafines, los querubines, los pensamientos negros,
dentro de lo poco que duermo, se acomodan;
ponen ventanas de la noche, dan bondad
a las puertas cerradas – esperan visitas.
Aunque difiera con tanta fúnebre sabiduría,
creo artística y dócilmente en algún jarrón,
flores de genciana y reparo
calendarios, sentimientos y penachos.
Digo, se abrirá como telón mi sueño,
y estará de nuevo en juego mi propio yo,
se entregará precisamente y morirá;
y ese premio, barraca del miedo,
este teatro del mundo dicho,
con un respiro de calle mojada se hará viejo.
IV.
El cielo no tiene otras historias,
otra oscuridad, luz escondida que no se ha dicho,
otra alma que arruinarle para hilar
guerras, amores, treguas luminosas.
Sin embargo, esta noche que hubo teatro para irse,
extensión de púrpura para su reverencia,
me prende fuego la luz con laureles de lo inaccesible,
todo es vigente y una gloria lo envuelve.
Todo se eleva, otra vez cae, y anochece
en los tiempos del amor y de la muerte,
polvo y desperdicios, ruinas y alientos;
un niño pequeño en su envoltura
abre de nuevo un poco el mundo y lee
antes de dormir en una queja de luces.
VII.
Un sentimiento lento, también muere
algo que comenzó – no sé ya hace cuántos años;
y es temprano todavía; noches con rechinidos
vendrán muchas, y siempre la memoria cambiará de forma.
Es muy temprano, y la memoria que alinea
figuras borrosas del libro de los muertos,
se ensimisma, como en un giro de aguas,
con un sentimiento lento mientras anochece.
¿Y si es el contorno de la época triste,
y si es la casa en la lluvia que como cámara
reúne miedo, y si es el fondo de la culpa?
Encierro en mi mano una palma infantil,
y suavemente, durante el sueño del alma
me arrulla un río en voz baja.
IX.
Sé que vendrá y no estaré como estoy
para recibirlo con mi mejor abrigo;
ni inclinado en las páginas de algún tomo,
ahí donde me alzo para saber que yazco.
No rezaré en un universo que deslumbra,
no voy a preguntar descaradamente: ¿Dónde está tu aguijón?
padre no será para decirme, párate y vístete,
es tiempo de vivir, cariño, amanece.
Vendrá en el momento que mi luz se abruma,
que ruego con locura un poco de calma,
vendrá como una orden abrasadora que desata
términos de vida y la dicha enorme del mundo;
no juntará el cielo para lavarme,
no traerá perejil u hojas de menta.
X.
Muchos son los fragmentos y los hallazgos; los dolores
no tienen nada que decir sobre la herida;
alguna oscuridad tuya se habrá fracturado,
para que recuerdes semejante luz y que te levante.
Y antes de que las palabras de amor se vuelvan polvo,
que los silencios median desertores
en el cielo, que se refleja mucho,
y en el éter que completamente anochece.
Observas, y el espejo estrellado y sin palabras,
más allá de la noche, tan inmensamente presente,
te recibe ahondándose, y caes.
El invisible de los días adornados,
con la gravedad de la primera duda,
aquí apartado, allá en lo alto, paria.
XI.
Te escribo desde las ventanas cerradas,
yo quien festejé mucho con los de afuera;
y un fantasma del amor
que mandaste para jugar, ¿qué mundo representa?
Te escribo sabiendo, las palabras escasas,
con los párpados cerrados, con los ojos apagados – afuera
anochece sin autores; ¿de qué tengo la culpa?,
¿en ser un montón de carne afligida y huesos?
Descubro sobre mí la forma del cielo,
y en mi cuarto merodea algún dolor:
es mío, ¿o es acaso de otro?
Antes de dormir, te silabeo insistentemente,
Agnes, Nastia, Karénina, madame Arnous.
Nunca aprendí a vivir completamente solo.
XIV.
Este árbol y su alondra
algo profesan, desde hace tiempo, en un acuerdo;
pero aquí donde estoy sentado hace siglos, no espero
ningún mensaje de huida o de alguna pena.
Sé, no sirven a ningún gran desconocido,
ni son funcionarios de profetizar el hecho principal;
florecen entro lo mismo y lo extraño,
ahí donde el mundo tiene contacto con su luz.
Pero aquí en el árbol que da su sombra,
todo el tiempo, como paraíso, se extiende,
en una revocación extraña de muerte;
mar, susurros, laderas, aire, ramas,
reafirman, y, por fin, se encuentra
el melodista de antaño con su doncella.
Se volvió la pérdida, nuestra costumbre
Chupo el ácido de las grietas de tus labios e intento aliviar tu dolor,
los años que pasaron me dejaron sólo buscar mi respiración en tu propio cuerpo muerto.
Pido ayuda de manos achacosas que se estremecen en el amor y en el temor,
tomaste por error mi camino y buscas mi luz en estrellas apagadas.
Tu ausencia me agobia y no puedo acostumbrarme,
siento avanzar hacia adelante pero siempre llego atrás y esta verdad me mata.
Borro las huellas de nuestras mentiras, tropiezo en el silencio,
se volvió la pérdida, nuestra costumbre y el amor, un grito enfermo.
Esta canción no es para ti
Esta canción no es para ti,
habla de un pequeño duende,
habla de un tren con los frenos averiados
en un viaje sin regreso.
Esta canción no es para ti,
habla de aquellos que viven siempre como niños,
sobre personas que lo han perdido todo
y cuentan arrugas en celdas blancas.
Esta canción no es para ti,
habla de amigos de la infancia
que se quedaron como ceniza al lado de los carriles
como memorias perdidas de tiempos salvajes.
Esta canción no es para ti,
habla de sacrificios y cruces,
entendiste cosas que te son desconocidas,
esta canción no es para ti,
y para nadie.
La mujer que leía poemas
La mujer que leía poemas
se paraba cerca del fuego
y dos pájaros negros le traían mensajes
de un viejo amor: "nunca más".
La mujer que hablaba a las olas,
bailaba en una costa
un vals enfurecido con los cabellos sujetados
y avanzó hacia lo profundo.
La mujer que escavaba tumbas
y no tenía voz
miraba la muerte como un viejo amor
y susurraba con los ojos extintos
acerca de todo eso que vivimos, solos con los solos
compartiendo los dolores.
Acerca de las horas que lloramos, solos con los solos
compartiendo los dolores.