La Grecìa Salentina
Los orígenes
Los orígenes de la isla lingüística helenófona de la Grecia salentina son inciertos y pueden dirigirnos a tres diferentes escuelas de pensamiento.
La primera era encabezada por el gran glotólogo alemán G.Rohlfs y sostiene el origen griego magno de la lengua grecánica.
La segunda al salentino O. Parlangeli, propone y se inclina por una derivación bizantina de los griegos de Salento.
La tercera, finalmente, la que sostienen algunos estudiosos, sobre todo griegos, entre los cuales está A. Karanastasis, quien reivindica la presencia de elementos bizantinos dentro de una preexistente matriz magno-greca.
El periodo mesápico
Los primeros habitantes de Salento, históricamente documentados, fueron los Mesapos que se extendieron probablemente desde las costas dálmatas. En la época antigua, la península salentina era llamada Mesapia, que quiere decir Tierra entre dos mares.
La civilización mesápica se desarrolló del siglo IX al III a.C.
Deseosos de la independencia propia y del notable grado de civilidad que le caracterizaba, los Mesapos no se dejaron someter nunca por los Griegos que en aquellos siglos colonizaban las costas de la Italia meridional y de Sicilia, dando vida a la Magna Grecia (la ciudad dórica de Taranto fue fundada alrededor del siglo VIII a.C.).
De los griegos, sin embargo, las poblaciones mesápicas adoptaron considerablemente una influencia cultural: así se adoptaron el alfabeto, cultos religiosos y técnicas de construcción. En muchas tumbas fueron encontrados diversos artículos seguramente de origen griego. Las pruebas de los contactos entre los Mesapos y los Griegos son notables, sea directamente, mediante el intercambio comercial con los comerciantes griegos que desembarcaron en las numerosas calas de la costa salentina, sea indirectamente, a través de las frecuentes relaciones comerciales con la ciudad magno-greca de Taranto.
En 272 a.C. Taranto fue conquistada por los Romanos, los cuales procedieron a su implantación en los centros mesápicos. Después de la toma de Brindisi, de hecho, en 267 – 266 a.C. fue sometida por Roma también la ciudad mesápica de Rudiae, ubicada en la Vía Trajana, al sur de Brindisi, en la cual nació Quinto Ennio en 239 a.C.
Esta presencia romana fue muy importante en Salento en cuanto a que, con la ejecución de infraestructuras, de obras públicas y a través de la subdivisión del territorio entre los veteranos romanos, se dio una transformación radical del paisaje y la completa restructuración de los centros habitados.
El periodo bizantino
Después de la caída del imperio romano de occidente (ocurrida en 476 d.C.) y sobre todo seguido a la guerra Godo-bizantina (535 – 553 d.C.), que impulsaba el Emperador de Oriente Justiniano para reconquistar los territorios occidentales que habían pertenecido a Roma, en Salento y Sicilia, se afirmó la presencia bizantina, la cual favoreció la difusión de la lengua, la cultura, la religión y los ritos greco-orientales.
En 568 d.C. los Longobardos avanzaron a lo largo de toda la península y crearon en el sur el Ducado de Benevento. En manos de los bizantinos seguían estando Otranto y Galípoli.
Entre los siglos VII y VIII, el nombre de Calabria pasó a denominar toda la región pugliense, mientras que el de Salento adoptó el nombre de Tierra de Otranto.
Los siglos VIII y IX han quedado entre los más tristes en la historia de la península salentina. A los dominadores bizantinos y longobardos se unieron los árabes que, estableciendo fuertes bases con los dos emiratos de Taranto y Bari, intentaron ganar toda la región. Le tocó a Salento la peor suerte, privado de montañas y defensas naturales, quedando expuestos a las incursiones sarracenas.
En 727 el emperador bizantino León III, el Isaúrico, ordenó que en todas las provincias del Imperio de Oriente fuesen destruidas las imágenes sacras (los iconos). Irrumpieron con grandes disturbios, encabezados por monjes basilienses (llamados así porque se inspiraban en las reglas de la vida monástica de San Basilio, arzobispo de Cesárea de Capadocia, a mediados de 300 d.C., padre de la Iglesia griega, llamado el Grande), los cuales se negaban a obedecer el edicto imperial. Continuó la guerra iconoclasta que muy pronto se transformó en una sangrienta guerra civil.
Para evitar las matanzas ordenadas por León III y sus sucesores, miles de monjes abandonaron las provincias orientales del Imperio y se trasladaron a las regiones del sur de Italia, entre ellas, Salento. Ahí fundaron numerosos monasterios, que pronto se transformaron in centros de propagación de la cultura griega y renacimiento socio-económico. Los monjes, de hecho, se dedicaron no solamente a la oración, sino también a la transcripción de manuscritos, a la realización de frescos e iconos, a la enseñanza del griego y los trabajos campestres (en particular al cultivo del olivo e de la vid).
Estos monjes se asentaron en cuevas excavadas en las rocas, aislados o en grupos, a lo largo de la costa salentina del Adriático, sobre todo en la zona de Otranto y Roca vieja.
Aproximadamente un siglo después, Salento fue objeto de una nueva onda migratoria. También, en esta ocasión, hubo monjes que se trasladaron, los cuales, por evadir la invasión árabe en territorio de Sicilia y de Calabria, migraron al sur de Salento.
A este segundo flujo migratorio le siguió otro, favoreciendo el ascenso al trono de Constantinopla del emperador Basilio I (867 d.C.), que quería liberar el sur de la península itálica de los “infieles”.
Después de haber liberado las regiones de la Italia meridional de los Árabes, Basilio I constituyó el “Thema di Longobardia”.
En aquel periodo los puertos puglienses, de Bari y Otranto, adquirieron una notable importancia: Bari, que había tenido intensas relaciones con el Oriente, fue sede del Catapano, es decir, del Gobernador general del Thema di Longobardia; Otranto, en cambio, fue importante no sólo por razones militares, tácticas y comerciales, sino también por motivos puramente religiosos. En 968 el emperador Nicéforo ordenó al patriarca Polieucto elevar la ciudad salentina a la dignidad metropolitana, sometiendo a todas las iglesias y locales episcopales de Puglia y Basilicata. El soberano bizantino ordenó, además, que el rito y los sacerdotes latinos fueran sustituidos por los griegos.
La península salentina se convirtió en el objetivo de numerosos habitantes de varias islas del Egeo (Creta, Chipre y otras), impulsados no sólo por la posibilidad de encontrar nuevas tierras de cultivo, sino también por la amenaza árabe que, impulsada desde el territorio itálico, se había trasladado hasta Grecia.
Surgieron, de este modo, en Salento, entre Otranto e Galípoli, cuarenta núcleos residenciales, constituidos por la mayor parte de habitantes de origen y lengua griegos. A lo largo del camino que conectaba Otranto a Lecce y Brindisi, surgieron los pueblos de Carpignano, Cannole, Bagnolo, Martano, Castrignano, Cursi y, más tarde, Calimera. En la zona de las sierras se desarrollaron Martignano, Sternatia, Zollino, Soleto y Corigliano. En la costa jónica estaban, entre otros, Galatina, Sogliano, Cutrofiano, Aradeo, Nardó, Gelatone, Casarano, Galípoli.
La religión más difundida era la greco-ortodoxa y eran de origen griego, también, las costumbres y las tradiciones en estos lugares.
El periodo normano
En el siglo IX d.C. la parte meridional de Puglia representaba el punto más débil del Imperio bizantino, incapaz de hacer frente, en Italia, a las luchas contra los Longobardos y contra los nuevos enemigos sarracenos y normanos, estando siempre más empeñado en combatir los musulmanes en Oriente.
A mediados del siglo IX, bajarón a Puglia los Normanos, provenientes del norte de Europa, los cuales, después de haber saqueado los principales centros de la Italia meridional, pusieron fin al Imperio bizantino, abriendo así un nuevo capítulo en la historia de Salento.
El dominio normano llevó a la creación, en Italia meridional, de un estado unitario y a la introducción del feudalismo, que permanecerá hasta inicios del siglo XIX. A partir del siglo XII, el sur de la península estaba dividido, de hecho, en diversos feudos, más o menos grandes, gobernados por caballeros codiciosos, avaros y a menudo violentos, que ejercieron una verdadera y propia tiranía sobre la población, imponiéndoles continuos y fuertes impuestos a los agricultores (se documentan otros).
Los Normanos fueron vasallos de la Iglesia de Roma, pero demostraron profundo respeto por la religión y las tradiciones de los fieles salentinos de rito griego. Promovieron, de hecho, el clero latino por los daños sufridos que al griego y los monjes benedictinos más que los basilianos, pero si la mayoría de la población era griega, dejaron a los griegos como obispos y sacerdotes, financiando, incluso, la construcción de nuevas iglesias y nuevos conventos, como el monasterio de Casole e la Catedral de Otranto. Cuando, en cambio, la población era latina, como Lecce y los centros al norte de Lecce, los Normanos impusieron el clero latino y promovieron la construcción de conventos benedictinos.
Entre los siglos XIII y XV, el clero griego perdió su prestigio, por causa de acusaciones de corrupción y de prácticas idólatras, desplazada, a menudo sin fundamento, por eclesiásticos latinos; los monasterios basilianos desaparecieron en pocas décadas y el clero fue reducido.
A los Normanos sucedieron los Esvevos, que dominaron en estos territorios, promoviendo la paz y el desarrollo cultural y artístico, finalizando a mediados del siglo XIII. En 1266, de hecho, fueron derrotados por los Angioines franceses, que por mucho tiempo tuvieron conflictos contra los Aragoneses por el dominio sobre estos territorios.
Mientras tanto las comunidades se empobrecieron y sufrieron las invasiones de los Turcos, encabezados por Acmet Pasciá, sometiendo Otranto el 26 de Julio de 1480. El asedio musulmano, que afortunadamente duró sólo un año, fue muy violento: todos aquellos que no querían convertirse al Islam fueron brutalmente decapitados. En el siglo XIX fueron los mártires de Otranto, que con el sacrificio de sus vidas defendieron la propia fe e impidieron la propagación de la religión musulmana.
El periodo español
En 1529 en Puglia y en el Reino de Nápoles, después de un periodo de luchas con los Angioines, se instauró la dominación de los Aragoneses. Estos atribuyeron a la ciudad de Lecce un importante papel defensivo, ya sea contra los Franceses o contra los Turcos, mediante la construcción de numerosas torres de avistamiento y del Castillo de Carlos V, en nombre del rey que quería la construcción entre 1540 y 1550.
Las torres ribereñas de avistamiento permitieron preparar las defensas de emergencia en casos de incursiones por mar, siendo todavía visibles a lo largo de la gran parte pugliese costeña, en particular en Salento.
Representantes locales del poder central fueron los Virrey y, por la provincia de Lecce, el célebre Ferrante Loffredo, marqués de Tricarico. Proclamada capital de Puglia (1539), Lecce pasó a ser sede de importantes órganos administrativos y judiciales, de oficinas periféricas del Estado, y la residencia de numersos funcionarios y profesionistas.
Los Aragoneses, mientras agravado el proceso de feudalización de la región, que comenzó con los Normanos y continuó con los Angioines, promovieron la difusión del latifundismo, impulsando, por otro lado, actividades culturales y artísticas, sentando las bases, entre los siglos XVI y XVII, para el desarrollo del arte barroco, ostento y elegante por influencia española, pero, ciertamente, irrepetible y única por el uso de la suave y flexible piedra leccense.
El barroco embelleció edificios civiles y religiosos: Lecce y todo Salento fueron revestidas con putti, grifi, plantas elaboradas y balaustres. El ejemplo más rico de tal expresión artística se halla en ciudades de la Grecia Salentina, como Corigliano de Otranto, Melpignano, Soleto.
En 700, Puglia fue ocupada por los Austriacos, pero en 1738 regresó al poder de los españoles con los Borbones que, con Carlos de Borbona primero y Fernando IV después, la hicieron objeto de cuidadosas reformas.
Durante la Restauración, sin embargo, el gobierno borbónico no supo reaccionar eficazmente al bandidaje, lo que trajo como consecuencia una intensa actividad sectaria (masones, carbonaros), que dio lugar a movimientos en 1820 y, después de la propagación de la Joven Italia, a los movimientos de 1848.
El territorio salentino continuó bajo el dominio borbónico hasta 1860, año en que se anexó al recién constituido estado italiano.
La lengua cortada
El área de hablantes de “griko” se ha ido reduciendo gradualmente con el paso del tiempo: si en el siglo XIII constituía una banda continua que se extendía del Adriático al Jonio, comprendiendo algunos de los países más poblados de Salento, entre los cuales estaban Galatina, galatone, Nardo, Galípoli, Cutrofiano, Casarano, en el siglo XIII ya era una verdadera y única isla, pero mucho más extensa que la Grecia actual, porque comprendía también Caprarica, Cursi, Bagnolo, Cannole y Carpignano.
Hoy, Grecia está compuesta de nueve comunidades – Calimera, Castrignano, Corigliano, Martano, Martignano, Melpignano, Soleto, Sternatia e Zollino – en las cuales, lamentablemente, el “griko” es hablado ahora casi exclusivamente por la población más vieja.
La crisis del “griko” comenzó a manifestarse con la unidad de Italia (1861). Los niños frecuentaban escuelas en las que los maestros enseñaban a leer y escribir en italiano; la lengua materna era un obstáculo para el aprendizaje, por lo que era necesario abandonarla y olvidarla lo más pronto posible. Quien tendía a hacerlo, ya sea el campesino, el padre o el abuelo, podía continuar hablando en “griko” y olvidar el italiano. Esto derivó en la opinión común de que el “griko” es la lengua de los agricultores.
En la segunda mitad del siglo XIX, algunos estudiosos extraños de Grecia (Comperetti, Morosi) y Grikos (Vito Domenico Palumbo) sabían del gran valor lingüístico-cultural del “griko” y de su peligrosa desaparición. Comenzaron, pues, un trabajo laborioso de búsqueda y documentación de palabras grikas, cantos, cuentos, proverbios. Todo venía escrito con caracteres latinos. Palumbo transcribió también a griego moderno gran parte de los cantos.
Lamentablemente, esta toma de conciencia no fue colectiva; otras eran las prioridades que se imponían y modificaban el estado de las cosas.
La primera guerra mundial cambió no sólo el concepto de la vida, sino también la situación lingüística. Casi la mayoría de los hombres válidos para el servicio militar abandonó el país de nacimiento por ir a combatir lejos por la liberación de Trento y Trieste, donde fueron condenados a aprender y expresarse en italiano: los efectos sobre la población salentina fueron devastadores, desde ese momento se adoptó la idea de que el “griko” era insuficiente para comunicarse con aquellos que vivían a las afueras de la comunidad helenófona.
Después del terrible baño de sangre, se impuso el Fascismo, que proclamaba la pureza de la raza y no admitía que los ciudadanos de otras pudiesen formar parte de Italia. Sin embargo, el Fascismo no persiguió nunca a aquellos que hablaban “griko”.
La mayor decadencia del uso del “griko”, sin embargo, ocurrió con el final de la segunda guerra mundial.
La emigración en masa, los nuevos medios de comunicación, el aumento de los intercambios con las áreas vecinas, la transformación de la sociedad campesina, el mejoramiento de las condiciones económicas, aunado a un proceso de homologación siempre más inalcanzable, han sido las causas más relevantes de la progresiva desaparición de la lengua y la cultura grikas.
A tal fenómeno, quizá ineludible, se opone la tenaz voluntad de algunos estudiosos que han tenido el arrebato amoroso por la “grecidad”. De unos años a acá se observa un fenómeno inverso. Las asociaciones culturales primero y las administraciones locales después, mediante las facilidades de programas específicos comunitarios, han tomado conciencia de la importancia, no sólo cultural, del resguardo de la identidad y del afán de recuperar el inmenso patrimonio griko.
La búsqueda histórica, hoy en día, recorre caminos no lo suficientemente indagados, entre los cuales están la arqueología, la arquitectura, la música que brindan elementos de conocimiento integradores de la búsqueda filológica e histórica propiamente dicha.
Μετάφραση: Alejandro Aguilar