El podarikó: ¡Feliz Año Nuevo!
Tradición griega de Año Nuevo
Traducción: Alejandro Aguilar
La costumbre del podarikó es una costumbre que no surgió dentro del ambiente cristiano, pero tiene una importancia simbólica.
Los dueños de una casa creen que si un una persona suertuda entra a su casa inmediatamente después de cambiar el año y desea las cosas más nobles y buenas, entonces todo marchará bien todo el año; la familia tendrá salud, felicidad, amor y todas las comodidades económicas.
Muchas veces, incluso desde la espera del año nuevo, dicen a algún familiar suyo que venga después del cambio de año a hacerles "podarikó". Como de costumbre, prefieren un niño pequeño (niño, si en la casa hay muchas niñas, y si no, niña), ya que los niños son inocentes y puros, y en su corazón no existe la envidia ni la maldad.
Entra con el pie derecho a la casa para que el nuevo año traiga todo con fortuna, lo ponen a patear un hierro para que sean todos férreos (fuertes) y viejos dentro de casa durante el nuevo año.
La ama de casa besa a la persona que hace el "podarikó" por un buen año. Siempre le dan manzanas o nueces y una cucharada de dulce de membrillo o lo que se haya preparado de postre para los festejos. Si el mismo día de Año Nuevo (Protochronia) hace sol, creen que el tiempo será el mismo por cuarenta días.
Dicen: "Ya contó el oso a sus oseznos, no tendremos un invierno duro".
Y si el clima está feo en Año Nuevo, ocurrirá lo contrario, es decir, tendremos cuarenta días de invierno.
Esta costumbre es muy antigua. Existía entre los antiguos Griegos, los Romanos, pero también entre los Judíos. Los bizantinos llamaban a las personas suertudas "kalópodes (de buen pie)" y los ponían en su hogar en Año Nuevo.
En los territorios campestres de nuestra patria, el "podarikó" se relacionó con la buena cosecha y la abundancia de la tierra. En algunos pueblos (Rumeli), el "kalopódaros (de buen pie)" esparcía también arroz para enraizar lo bueno. Esta costumbre también se encuentra en países europeos, como por ejemplo en Inglaterra.
Los padres en Bizancio desaprobaban esta costumbre, y especialmente San Gregorio de Nissa, hermano del Gran Basilio (Santa Claus).